Los tulipanes son siempre un buen comienzo
Maribel Montero

Autor


Nací en Ávila, en 1958. Estudié Magisterio y Filosofía Hispánica. Publiqué un libro de relatos- “Visión nocturna”- y estoy a punto de concluir un segundo libro de relatos cuyo título provisional es “Transformismos”.

Soy rapsoda y poeta, y dirijo talleres literarios desde el año 2002.  Realicé diversos cursos en el Ateneo de Barcelona, y en el Aula de Lletres. Aprendí con humildad y alegría a arrancarle los secretos al silencio y a hacer con las palabras apuestas arriesgadas. Porque sin riesgo la vida no vale la pena. Y todas estas actividades que llenan mi vida en el presente, o le dieron sentido en el pasado, giran y se desarrollan en torno a una pasión: la escritura. 

"En ocasiones escribo como si rompiera jarrones; tan torpes son mis pensamientos como mis manos al sostener esos delicados objetos de porcelana. La escritura es apenas balbuceo y, aunque escribí con amor, la palabra se hizo añicos. A veces escribo como si mis manos fueran alas y me llevaran muy lejos, hacia el centro del silencio, donde una se encuentra con su alma. De ese encuentro surge una revelación, precedida de un deslumbramiento que tiene mucho de aventura peligrosa y de grito mudo. Pero no hay que asustarse, hay que arder en esa hoguera, y no sirven las excusas. Ni siquiera cuando tus alas están mojadas, porque están hechas de pura y torpe carne humana".

http://palidofuego-palidofuego.blogspot.com.es/

El llibre


“Los tulipanes son siempre un buen comienzo” es la crónica de un triángulo amoroso que desencadena una tragedia, presentida desde las primeras páginas.

Verano de 1999. Un siglo acaba y otro comienza, borrando poco a poco las huellas de un pasado que se resiste a marchar. Y esto es lo que ocurre con dos de los protagonistas de esta novela. D. Augusto Maldonado, juez de la Audiencia Provincial de Barcelona, representa los valores y las carencias del siglo que termina. Es un hombre orgulloso que teme a la vejez y a la muerte y que luchará sin escrúpulos contra su hijo por el amor de Lucía. Ella le hace comprender,  tal vez demasiado tarde, que el éxito profesional oculta a veces la más amarga soledad. Entonces decide ponerse en marcha y  hacer suyas las palabras de Oscar Wilde “Si quieres volver a ser joven, comete las mismas locuras que cometías cuando eras joven”.

En cuanto a su hijo Augusto- cuyo perfil es aparentemente insignificante: un pintor fracasado y una persona noble pero sin pretensiones- acaba siendo el paradigma de ese nuevo siglo  que puja con su savia joven y desplaza los viejos esquemas burgueses y acomplejados. Su pasividad y su confusión irán cediendo a medida que aprende a vivir sin la sombra protectora y asfixiante del padre, que se interpone entre él y su destino. “¿Por qué remordimientos?, se preguntaba, con rabia. ¿Por qué, si en ese duelo sin espadas que comenzó con la llegada de Lucía nadie ganaba? Porque necesitaba “matar” a mi padre, al otro Augusto, para descubrir al verdadero Augusto”, se dijo a continuación con una lucidez dolorosa, con la boca seca, huérfano de padre y madre. Pero todo un hombre.

Y en medio de los dos está Lucía, una mujer misteriosa que busca ocupar su lugar en el mundo. Lucía a veces se nos antoja frágil, a veces intrigante, arribista, tierna, desconcertada… Y, por encima de todo, tenemos la convicción de que, como ocurre tantas veces en la vida, está condenada a repetir sus errores y aciertos.